viernes, 30 de mayo de 2008

RAMON ACUÑA: El Trovador de la amistad

A DOS AÑOS DE SU DESAPARICION FISICA
Hoy Montaráz canta en el cielo

A modo de homenaje y recuerdo a nuestro amigo que se nos fue un 30 de mayo, transcribo el escrito de Rubel Loetti, escritor afincado en nuestros pagos libreños...Corría el año 35, y un agosto de caña con ruda. Una carreta quejumbrosa, salida del Paraje Quiyatí, venía traqueando por una picada abierta en el monte, por los animales salvajes de la campiña. Este vehículo de dos ruedas, tracción a sangre, transportaba a la parturienta María Anselma Miño, una lugareña que venía sufriendo los dolores de las contracciones (síntomas indicadores de un nacimiento cercano), que hacían más largos y penoso el camino que llevaba al hospital de la Villa Paso de los Libres. En este poblado, llegaría a la vida un 24 de agosto, día de San Bartolomé, un niño de nombre Ramón Bartolomé Acuña.El tiempo que nunca se detiene, siguió desgranando años y el pequeño varón nacido en el mes de la ruda, mamó la educación de la madre, doña María Anselma, una cantora y guitarrera de la comarca del Quiyatí. Y como la sangre manda, el chico se hizo grande, y se metió en el camino de la música, apegándose a los ambientes chamameceros, donde siempre llora una “cordiona”, junto al gemido de una prima, acompañando a una bordona.Ramón Bartolomé crecía como todo hijo de vecino y se fue olvidando de sus nombres de pila, desde el mismo momento que sus amigos de la infancia lo “rebautizaron” (vaya uno a saber por qué), El “Montaráz”. Lo raro es que este apelativo es un sinónimo de arisco, huraño, insociable, todo lo contrario de la forma de ser de Ramón Bartolomé Acuña, un verdadero trovador de la amistad. Un ser que no necesitaba muchas cosas para ser feliz. Con tan solo una guitarra criolla, con clavijero de palo y cuerdas deshilachadas, al “Montaraz” Acuña ya le bastaba y le sobraba para transmitir a quien quisiera escucharle, su canto de vida, su copla de amor, su mensaje de humildad.La vida de aquel poeta y cantor, estaba en la campaña, allí donde se respiraba chamamé y olor a tierra recién regada, que se levantaba en una nube de polvo, en medio de un zapateo. A pesar de ser músico, El Montaráz encontró el amor en otro lugar. Su mirada pícara, descubrió a una morocha de nombre Carmen, alumna de sexto grado de la Escuela Uruguayana. El Montaráz, que había terminado de cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, pasaba por esa esquina, Córdoba y Colón para concurrir al curso de Prefectura. Su horario coincidía “a propósito”, con la salida de aquella niña que lucía dos moños, uno en la cabeza, para sujetar su cabello; otro en el cinto del guardapolvo blanco tableado.El novio ingresó como marinero en la Prefectura de Paso de los Libres, pero un traslado repentino a Monte Caseros, cambió los planes y apuró el “casorio”. Carmen y el “Montaráz” vivieron a partir de entonces, el uno para el otro. La cigüeña, que siempre está al acecho, no se hizo rogar y en poco tiempo visitó dos veces el hogar de los Acuña, dejando dos machitos libreños de nombre Ariel y Néstor. Con una abuela cantora y un padre guitarrero, ambos niños abrieron los ojos con la capacidad innata de combinar los sonidos. La sangre seguía mandando.Néstor, es hoy un joven “hombre orquesta”, puesto que toca acordeón, guitarra y piano. Este último instrumento comenzó a dominar a los ocho años de edad, en el club 12 de octubre de La Cruz, uno de los destinos donde fue trasladado El “Montaráz”. En ese lugar, en un rincón de la cantina que explotaba en sus momentos libres la familia Acuña, estaba tapado de polvo un antiguo instrumento de teclas, con el cual, el chico se pasaba largos ratos practicando, hasta que consiguió “sacar” La vestido celeste. El tiempo lo premió, haciéndole compartir a este pequeño, escenarios con jairo, Las hermanitas Vera, Antonio Tarragó Ros, Ramona Galarza y Teresa Parodi. Ariel, por su parte, acompañó a su hermano en esta brillante carrera, pero un día se abrió paso y se fue solo por la vida del pentagrama, y hoy es uno de los embajadores de la música libreña.El Montaráz Acuña, nació en un humilde hospital, cuando Paso de los Libres era una villa. Pero nunca cortó el cordón umbilical con su Paraje Quiyatí, lugar donde fue concebido por doña María Anselma Miño. Gracias a la música y a su filosofía campesina, Ramón Bartolomé Acuña se fue convirtiendo en un personaje que caminaba por esas calles de la vida, donde el aroma a manzanilla y yerba buena, inundaba sus pulmones. Un 30 de mayo del 2006, el poeta de la amistad, enfundó su mandolín, y casi sin despedirse, se fue con sus canciones al escenario celestial, donde actúan muy pocos músicos. Nos dejó dos hijos, verdaderos embajadores de Corrientes, mi patria chica. Néstor con dos herederos: Manuelito de 14 años y Luciano de 10 (por supuesto; guitarreros y cantores). Ariel con una pareja soñadora: Rocío de 12 años y Leonardo de 10 años, figuras de nuestro cancionero criollo. La continuidad está asegurada.El Montaráz, desde algún lugar del universo, mirará con orgullo y emoción la herencia que dejó a sus compoblanos. Claro, vale una aclaración; Dios que todo lo sabe, habrá destinado a este trovador de la amistad, en la misma estrella que está su pariente, un tal Ernesto Montiel, cuyo astro no solo tiene luz propia, también tendrá una cordiona llorona y una guitarra criolla con clavijeros de palo, con las cuerdas deshilachadas de tanto rascar un chamamé nostalgioso.



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